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Análisis del Santo Rosario, Mariología

El Rosario, aunque de carácter mariano se centra en la figura de Cristo, transportándonos al mensaje evangélico. El papa Juan Pablo II nos recordó constantemente que el Rosario nos ha acompañado en momentos de alegría y de tribulación. Al nombrar el “Ave María” el creyente se introduce en los episodios principales de la vida de Nuestro Señor, poniéndonos en una comunión vital con Él a través del corazón de su Madre, tratando de visualizar los pasajes con el fin de tener herramientas para enfrentarnos día a día con el mundo en que vivimos, sintonizando sus enseñanzas con el ritmo de la vida humana.

Puede existir la idea de que la centralidad de la Liturgia tiende a disminuir la importancia del Rosario, pero en realidad es todo lo contrario ya que el Rosario no se opone a la Liturgia, sino que más bien le da soporte, ayuda a interiorizar en el creyente los misterios de Cristo. Debido a la orientación cristológica del Rosario mientras es honrada la Madre, el Hijo es conocido, amado y glorificado, por tanto, tampoco es un signo divisor entre las distintas corrientes cristianas.

La Virgen María como modelo de contemplación es insuperable, el Mesías formado en su vientre tomo de Ella también esa semejanza humana, los ojos de Cristo son el reflejo de los ojos de su Madre, ya que María contempló al su Rey segundo a segundo mientras estaba en sus brazos, siempre llena de adoración y asombro, sin alejarse de Él en ningún momento hasta su Cruz. Los recuerdos generados al lado de su Hijo son los que meditamos cada vez que entonamos el Rosario, poniéndonos en armonía con sus recuerdos y su mirada maternal.

El Rosario es una oración contemplativa, sin esta orientación se vuelve una fórmula repetitiva, traicionando la forma en que Jesús nos enseñó a orar (Mt 6, 7), siguiendo esta enseñanza debemos entonarlo con tranquilidad, flexionando, para así profundizar en los misterios, siempre tratando de estar cerca del Señor como lo estuvo su Madre. Al adentramos en los misterios de vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor, el Rosario en cuanto meditación sobre Cristo con María es penetrante, es contemplación saludable.

Entre las criaturas nadie conoce más a Cristo que su Madre, estamos claros que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, pero al dirigirnos a Él podemos ser introducidos por el amor de su Madre, ejemplo de ello el milagro de las bodas de Caná, la Virgen María se presenta como maestra e invita a los criados a ejecutar las órdenes del Mesías (Jn 2, 5). De la misma forma creemos que acompañó a los discípulos después de la Ascensión en la espera del Espíritu Santo, por ende, transitar con María las escenas del Rosario es estar en buenas manos, un viaje seguro y esplendoroso.

El cristiano está invitado a adentrarse en las enseñanzas de su Maestro, nos iniciamos al bautizarnos, aquí damos el primer paso, convirtiéndonos en miembros de su Cuerpo Místico, sin embargo, debemos caminar al lado de Cristo, para así aprehender a comportarnos como Él lo desea. En el recorrido espiritual del Rosario basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo, en compañía de María este exigente ideal se configura[1]. Esa imitación que intenta el discípulo lo hace perseguir la lógica del Maestro, y ésta la podemos lograr contemplando a Jesus por medio del recorrido espiritual que hace el Rosario, lleno del carácter materno y amistoso de Nuestra Señora, miembro supereminente de nuestra Iglesia.

La Virgen María favorece a los creyentes cómo lo expresa el Concilio Vaticano II, en su lema episcopal Totus tuus[2], el cual es inspirado en la doctrina de San Luis María Guignion de Montfort, que nos explica así el papel de María en su labor de unirnos a Cristo “como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo”. María es de todas las criaturas la más conforme a Cristo, por ende, por excelencia Ella es la conductora y modelo hacia Él, en el Rosario encontramos el camino de Cristo y el de María, ya que están profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo![3].

Cristo nos lleva a Dios para ser escuchados (Mt 7, 7), por lo que se sustenta la eficacia de la oración, de la misma forma nos invita a meditar ante Él y a suplicar por la intermediación del Espíritu Santo (Rm 8, 26-27), y en apoyo a nuestra mala forma de pedir, interviene la Santísima Virgen con su don maternal, sabemos que Jesús es el único mediador, que es el Camino que debemos de tomar, pero María es pura transparencia de Él, nos conduce hacia el Camino y en cooperación mutua con el Espíritu Santo la Iglesia ha desarrollado la oración a la Santa Madre de Dios, sin dejar de mirar hacia Cristo, para así al igual que en las bodas de Caná con la intersección de María, portavoz de las necesidades humanas (Jn 2, 3), seamos auxiliados.

El Rosario es un itinerario de anuncio y profundización de los misterios de Nuestro Señor, acercándonos a la contemplación e invitándonos a la oración constante para así asemejarnos a su Sagrado Corazón, debido a que la meditación eficaz nos hará penetrar más en Dios, y esta experiencia será una oportunidad para aprender a transmitir y anunciar a Cristo. La experiencia del Rosario ha sido utilizada especialmente por los dominicos, y llevo a flote a la Iglesia en momentos difíciles debido a la propagación de herejías, los desafíos que sufrimos hoy en día nos hacen adherirnos más a la práctica del Rosario para convertirnos con ejemplos extraídos de vivencia en Cristo y poder ser buenos evangelizadores.

Al proclamar el Rosario de la mano del Espíritu Santo nos acercamos al rostro de Cristo, ya que Él mismo nos invitó a conocerle bien para acceder al Padre (Mt 11, 27), siendo indispensable en este proceso la meditación y la experiencia del silencio, para así poder evolucionar en el conocimiento auténtico de los misterios cristianos. El papa Pablo VI nos invitaba a reconocer la orientación cristológica del Rosario, llevado de la mano de María, la cual, nos introduce en la Encarnación redentora, por medio de su sí. La repetición del “Dios te salve, María” también es una alabanza a Cristo, utilizada por el Ángel el día del anuncio y el saludo proclamado por Isabel la madre del bautista “Bendito el fruto de tu seno”, nos recuerda quién es la Madre.

El Rosario es un compendio del evangelio, ya que nos hace recordar la Encarnación y la vida oculta de Cristo en los misterios de gozo, los sufrimientos de la Pasión en los misterios de dolor, el triunfo de la Resurrección en los misterios de gloria, y algunos momentos muy significativos de su vida pública en los misterios de la luz.

Hablando del primer ciclo los llamados misterios gozosos, nos ejemplifican el gozo que reproduce el acontecimiento de la Encarnación, esa invitación a la alegría mesiánica por medio del “alégrate, María” que se convierte en pos de la humanidad en un anuncio de salvación, que va a ser un tesoro de la historia del mundo en donde Dios padre se acerca María para ser la Madre del Mediador, de esta manera el fiat de la Virgen se convierte en el sí de toda la humanidad.

En otra escena, la del Encuentro, el regocijo de Isabel es expresado por el “saltar de alegría” de Juan, aún en el vientre de su madre. Unos meses más tarde en el Nacimiento en Belén, el divino Niño hace cantar a los ángeles y los pastores se acercan con gran alegría (Lc 2, 50). En los últimos dos misterios de este ciclo se anticipa un poco el drama, en el primer caso en la Presentación del Niño en el Templo, la Sagrada Familia se encuentra con un mensaje del viejo Simeón, relatándoles una profecía en la que “El Niño será señal de contradicción”, y en efecto este evento en el futuro a su Madre le traspasará el alma. Encontramos gozo y drama en el episodio de Jesús en el templo a sus 12 años, la sabiduría del Mesías a su corta edad impresiona a los maestros y se nos revela el misterio del Hijo declarándose en plena dedicación a las cosas de su Padre, respondiendo así a las exigencias absolutas del Reino. Frente a esta respuesta sus padres expresan su incomprensión, declarándose así sus seguidores incondicionales.

El segundo ciclo, los misterios luminosos, nos trasladan a la vida pública de Jesús. El anuncio del evangelio del Reino da inicio en el bautismo en el Jordán, en donde el Padre lo declara su Hijo predilecto. Seguidamente se invita a meditar el comienzo de su hora, en Caná de Galilea, con la transformación del agua en vino, por medio de la intervención de su Madre, el primer creyente. La predicación de Jesús sobre la llegada del Reino de Dios y su invitación a la conversión, nos convoca a acercarnos a Él con humilde fe, para así ser perdonados. En el misterio de la transfiguración, el cual tuvo lugar según la tradición en el monte Tabor, el rostro de Nuestro Señor se iluminó y el Padre llamo a la escucha de su Hijo y motivó al acompañamiento en su Pasión, para ser merecedores de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Por último, al meditar la instauración de la eucaristía como expresión sacramental el misterio pascual, las especies del Pan y del Vino nos acercan al Cuerpo y la Sangre de Cristo, ofrecido en sacrificio para nuestra salvación. En este ciclo de misterios María proclama un mensaje que retumba en la eternidad “haced lo que Él os diga” podrá ser una sola intervención en los relatos de su vida pública, pero este mensaje queda marcado en el corazón de los cristianos.

Los misterios dolorosos del Rosario nos relatan momentos de la Pasión, incitándonos a sumergirnos en ellos como ejercicio de valoración y experimentación el sacrificio del Mesías, para acercarnos más a Él y comprender la magnitud de su mensaje. Este camino inicia en Getsemaní en una de las escenas más angustiosas, ya que al solicitar que se cumpla la acción del Padre, el Jesús hombre se presenta vestido de una carne débil, que se inclina a rebelarse ante los designios divinos, pero Cristo no cede y responde al Padre con su entrega total (Lc 22, 42par), este “sí” al Padre se contrapone al no pronunciado por los progenitores en el Edén. En los siguientes misterios se nos presenta la flagelación, la coronación de espinas, el camino al calvario y la muerte en Cruz, en donde se nos revela el amor de Dios y el sentido mismo del hombre, ya que quien quiera conocer al hombre, debe saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo. Dios que se humilla por amor “hasta la muerte y muerte en cruz”[4], y nosotros junto a María al pie de la Cruz, podemos adentrarnos en el amor de Dios al hombre e impregnarnos de su fuerza regeneradora.

Después de contemplar la Pasión y muerte de Nuestro Señor, tenemos que abrirnos al Resucitado, ya que nuestra Iglesia inicia su peregrinar de la mano de la superación de la oscuridad, en donde nos encontramos con la Gloria de Cristo en su Resurrección y Ascensión al cielo. En este evento da razón a nuestra fe, al igual que los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús y Virgen María, la Iglesia de ayer y de hoy se abre a una nueva vida. Posteriormente la Santísima Virgen es elevada al cielo, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado para todos los justos con la resurrección de la carne[5]. El último misterio de este ciclo la Madre es coronada y de esta forma resplandece como reina de los ángeles y santos, anticipación de la condición escatológica de toda la Iglesia.

El Rosario como oración predilecta marca el ritmo de la vida humana, nos invita a reflexionar sobre Jesus, esto apoyándose en los escritores santos que inspirados por el Espíritu de Dios, recolectaron en las Sagradas Escrituras sus misterios, derivando de esta afirmación el valor antropológico del Rosario. El Concilio Vaticano II ha hecho eco de la carta encíclica Redemptor hominis de esta afirmación en su mensaje esencial: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”. Así pues, el Rosario nos guía al Camino de Cristo, el cual configura el camino del hombre desvelado y redimido, para posicionarnos frente al verdadero hombre y de esta forma admirar el carácter sagrado de la vida, la importancia de la familia, la escucha del Maestro, el Reino de Dios y siguiendo sus pasos hacia el calvario, podemos comprender realmente el sentido del dolor que salva. Contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, somos sanados e iluminados por el Espíritu Santo, de este modo cada misterio del Rosario ilumina el misterio del hombre.

Se nos propone un método basado en la repetición, Ave Maria se dice diez veces en cada uno de los misterios, esta acción con la intención equivocada se diría que es una práctica árida y aburrida, pero en cambio debemos entonarlos como al dirigirnos a tal persona amada, la Madre de Dios, un sentimiento que debe inspirar este bello saludo. Más allá del sentido específico del pasaje, la belleza de la triple repetición de Pedro cuando Cristo le pregunta ¿me quieres? (Jn 21, 15-17), podemos transpolar este mensaje, expresando con nuestro amor humano y limitado, y responder con fe a nuestro Amado, a través de la amada Madre.

El Rosario es un método para contemplar y como tal debe ser utilizado con relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo[6], Pero tampoco puede ser desmeritado, son miles sus frutos, y es respaldado por innumerables experiencias de santos que abogan en su favor, precisamente por esta relevancia se ha agregado un nuevo ciclo los mysteria “lucis”, con el fin de continuar con una evolución sana que produzca efectos espirituales. El Rosario no reemplaza al evangelio ni la lectio divina, más bien nos acerca y promueve a ellas ya que nos da un esbozo fundamental de la vida de Cristo y a partir de este podemos fácilmente acercarnos al resto del evangelio, e inclusive se invita a proclamar el pasaje bíblico recurriendo al ministerio qué se recita, para que esta palabra inspire y nos ayude en nuestro cotidiano, no se trata de una simple repetición sino más bien un dejar hablar a Dios[7]. Después de meditar el misterio se nos invita a una escucha interiorizada a modo de meditación que se alimenta en silencio, sin perder la atención en el ministerio se eleva una oración al Padre que es por supremacía la que Nuestro Señor nos enseñó el “Padre Nuestro”. Posteriormente entonamos diez “Ave María” que en su primera parte se toman las palabras dirigidas a María por el Ángel Gabriel y por santa Isabel expresando la admiración del cielo y de la Tierra dejando ver la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra “la Encarnación del Hijo en el seno virginal de María”[8]. La oración final puede expresarse en varias formas de letanías, de forma que se puedan adecuar a las diversas tradiciones espirituales en las distintas comunidades cristianas.

Por último, al hablar del instrumento tradicional para rezar el Rosario se debe tener claro que está centrado en el crucifijo, que cumple la función de abrir y cerrar la oración y el medio que se utiliza para contar y avanzar en la oración evoca el camino de contemplación e interiorización, con un orden de ejecución que consideramos al igual que el beato Bartolomé Longo como “una cadena que nos une a Dios”. Cadena “filial” que nos pone en sintonía con María y con el propio Cristo qué aun siendo Dios se hizo “siervo” por amor nuestro (Flp 2, 7).

 

Bibliografía

Juan Pablo II (2002). Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, al episcopado, al clero y a los fieles sobre el Santo Rosario.

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